La Asunción de la Virgen María
El Antiguo Testamento relata la historia de diversas personas que nos preparan para la venida de un cierto ser humano muy especial. El primero de ellos, y uno de los más importantes, es Abraham; él viene siendo el padre de la fe judía y, consecuentemente, de la cristiana. Él era ya un hombre de edad y junto con su esposa no conseguían tener hijos pues ella era estéril. Sin embargo, Dios lo bendice con un solo hijo, Isaac.
Siendo su único hijo, Dios le pide a Abraham que lo sacrifique en su nombre. Sin pensarlo dos veces, Abraham se dirige al monte Tabor para cumplir la voluntad de Dios. Esta escena es un preludio de la Virgen María entregando a su único Hijo para la salvación de la humanidad. En otras escenas, también se hace referencia a Ella. Por ejemplo, el Arca de la Alianza que Moisés construye para contener la Palabra de Dios que había recibido en el monte Sinaí. Curiosamente, el Arca de la Alianza desapareció por completo y hasta hoy, nadie sabe dónde está a pesar de todas las campañas que se han emprendido en su búsqueda.
Esa desaparición del Arca de la Alianza, señal clara de Nuestra Señora, abre el paso para pensar que así sucedería con Ella: en algún momento no estaría en la Tierra sino que desaparecería por completo. Resulta interesante que, así como todos los santos tienen tumbas, la Virgen María no. Para alguien tan importante como la Madre de Cristo mismo, resulta inimaginable que, si ella hubiese muerto, no le hubiesen hecho un entierro digno y posteriormente visitaran su tumba. Eso debe ser porque Ella no se quedó en la Tierra y pues efectivamente, nuestra Madre Iglesia llegó a esa conclusión cuando el Sumo Pontífice Pío XII concluye y decreta la Asunción de María como dogma de fe. Que sea un dogma, significa que es una verdad indiscutible y debemos creerla.
Pero, ¿qué llevó a que Santa María mereciera ese honor? Podemos empezar con el simple hecho de ser la Madre de Cristo pero nos quedaríamos cortos. Varios autores se han dedicado a escribir respecto a la Virgen María, pero ninguno podrá describir con exactitud la magnitud de esta mujer. Ella fue pensada por Dios desde el principio para ser perfecta y libre de toda mancha que pudiera llegar a la humanidad. María es concebida sin pecado original, lo que la hace la única que podía llevar en su vientre al Hijo de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad.
Más allá de esto, María tuvo siempre un especial amor por Dios. Tal era así, que no quería menos que entregarse totalmente a Él. Por eso, cuando el Arcángel san Gabriel le comunica el deseo del Señor, Ella acepta sin condiciones. Esto también nos muestra que era una mujer excepcionalmente humilde y dócil. Siempre fue suave al tratar a los demás y era tan detallista que, según nos cuenta el evangelista san Juan, nada se le pasaba desapercibido y por eso cae en cuenta que, en unas bodas a las que asistía con Jesús, se habían quedado sin vino. Ahora, para entender la magnanimidad de Nuestra Señora en esta escena, hay que saber que, para una familia que celebraba las bodas, quedarse sin vino en plena fiesta significaba caer en absoluta desgracia ante los demás. María es consciente de esta costumbre judía y por eso no vacila en acudir al único que podía sacar a esa familia de aprietos: Jesús. Y, una vez más, vemos manifestada su humildad abrumadora que es capaz de adelantar hasta el momento en que Jesús planeaba manifestar su poder. Es tan humilde, que Dios no se resiste ante sus peticiones y accede a lo que Ella pide.
María es para nosotros un modelo de vida y el camino perfecto para llegar a Jesús, como bien se puede ver en la escena de las bodas de Caná. Ella intercede por nosotros desde el Cielo donde está en cuerpo y alma.
El 1 de noviembre de 1950, el Papa Pío XII instituye el 15 de agosto como la Fiesta de la Asunción de la Virgen María, fiesta en la que, en todo el mundo, hacemos homenaje a Nuestra Señora y pedimos por el mundo entero.
